“En el presente lo único que funciona como utopía es el carácter imprevisible de la historia. La historia no se puede controlar, es convulsiva, abierta. Y nos enseña que una nación por sí misma, aunque concentre todo el poder de muerte y sea un gran imperio, nunca podrá controlar el curso de la historia. Y esto es una gran utopía, es lo que ustedes están llamando vitalidad.
La vitalidad de la marcha histórica es tal que va siempre a rebalsar, nunca va a poder ser contenida y controlada por estas estructuras de poderes, ya sean estatales, sobre estatales o paraestatales. Porque ahí lo que está en juego es una inteligencia de otro orden, que es la inteligencia de la propia especie, una vitalidad que siempre se le escapa a la burocracia de todos los órdenes.
Hay una luz histórica que debe ser analizada con categorías que son de otros órdenes y que acepten las brechas, acepten las fisuras de lo humano. Lo humano se escapa de una manera milagrosa al control por su extraordinaria complejidad. Nunca será capaz de producir artificios, burocracias, y sistemas capaces de cerrar esta brecha histórica, esta fisura que es propia de la historia y va siempre en dirección de lo desconocido. Es un espíritu trágico de la historia que nos dice que la historia está siempre en desequilibrio.
La inteligencia está precisamente en comprender este desequilibrio que no puede ser equilibrado y sistematizado de una vez por todas.” (Rita Segato)
Hecho imprevisto en sus consecuencias inmediatas, la pandemia amenaza y socava la estabilidad física, emocional y social de nuestro pueblo. Interrumpe el proceso electoral, agrede el marco institucional, trastorna el “mundo feliz” de Aldous Huxley, de nuestras capas medias y altas, y nos hace prescindir bajo la obsoleta modalidad de un “toque de queda”, de ese fabuloso mundo tecnológico, puntual, exquisito, cuasi perfecto, digital, multidimensional, que fue “una sombría metáfora del futuro”, que es nuestro presente, donde se han cumplido los peores vaticinios con el triunfo de los dioses del consumo, la comodidad y las apariencias seguras y estables del orbe.
La idea es que lo aleatorio, que Nassim Taleb, bautizó como el “Cisne Negro”, por su rareza, puede determinar el cambio de terreno, la invalidez del curso trazado por la historia, y sus cláusulas rotatorias de mando. La pandemia es un “cisne negro” no previsto, que puede afectar al país y sus instituciones, capaz de trastornar el principio omnímodo del Estado y determinar un cambio de mandos infalible.
El azar no puede ser enlazado. Imprimámosle a su fuerza ciega, la voluntad misteriosa de resistir en el desequilibrio. Como dice la antropóloga argentina Rita Segato, encarar entre todos “el carácter imprevisible de la historia.” El asunto es que el azar no tiene filiación ideológica o política. Simplemente ocurre, contrariando la lógica imperiosa y racional del análisis político.
Sin haber crisis económica se derrumbaron pronósticos de analistas y estudiosos, zarandeados por los disturbios del azar, uno de los componentes, sólo uno, del ansiado cambio político de mayo.