Al perder mi esposa en el mes de marzo del año pasado, me convencí plenamente de que ese mes es el que más me ha ofrecido días de fechas importantes de mi vida. Días en que ocurrieron cosas que condicionaron mis rumbos, de un modo u otro, para echarme en brazos de luchas, pesares, riesgos y tribulaciones.
En su día 12 del año ´61 conocí a Trujillo; a su solicitud, me invitó don Lorenzo Brea, gobernador civil de Duarte, a estar presente en el club Esperanza de mi pueblo. Me dijo al invitarme: “Esta noche viene el Jefe para acá; me instruyeron que te invitara porque quiere conocerte.”
En efecto, llegó, y luego de dar unas vueltas por el parque Duarte de los robles de entonces, al sentarse en su mesa especial me llamaron para conocer al hombre que gobernaba desde un año antes de yo nacer.
Estaba, pues, ante una figura de poder impresionante, que me dijo amablemente: “Tenía interés de conocerlo y quiero que usted desempeñe funciones en el gobierno.”
Respondí agradeciéndole la propuesta y cuando aduje una dificultad por mi ejercicio profesional, señaló: “No, será algo que le permitirá ejercer su profesión.” “Tengo entendido que ya usted es un abogado notable.”
Tres días después, era ya Diputado al Congreso Nacional, y con ello emprendía un viaje de calvario. En efecto, 78 días después, caía abatido en el Magnicidio y me atrapó el suceso trascendental colocado en el lado más desfavorable que se podría imaginar en aquel tiempo.
Fui blanco rápido de mi propio éxito, precoz, en la abogacía y se desataron los peores enconos y las más agresivas pasiones desde el baluarte cívico que se apoderara, post mortem, de la gloria; no así desde las trincheras verdaderamente meritorias del 1J4 y del propio PRD de Juan Bosch.
Me llegaron a imputar como si fuese un responsable de la maldición de la tiranía casi como si fuera un co-autor obrando antes de nacer. Vi cumplir así la advertencia filosófica de Ortega y Gasset que dijera: “Yo soy yo y mis circunstancias”.
Quedé al lado de un gobierno encabezado por un remedo taciturno del Régimen, que mereciera también los mayores desprecios y persecuciones de la contumelia.
Desde luego, él provenía de las filas de una fuerza política esperanzadora, guiada por un hombre brillante, Estrella Ureña, que llevó al delirio de uno de ellos a proclamar que “en el ´30 se había producido la más bella revolución de América”.
Para mi familia aquel tiempo había sido muy aciago. Mi padre, que no conociera, se fue a morir a Francia, pero antes había pronunciado un memorable Discurso de Advertencia en el Parque Colón, se dijo que el último en libertad, en el umbral mismo de lo que él describiera: “Una tiranía sin nombre, en la cual lloraríamos lágrimas de sangre.”
Siempre he creído que sus hijos quedábamos marcados peligrosamente y lo pudimos comprobar cuando el asesinato del más noble y manso de mis hermanos, Hostos Pelegrín, en el año ’47, simplemente porque dijo en una reunión de infidentes: “Aquí lo que falta es un 26 de Julio”, refiriéndose a Lilís, “y un Pelegrín Castillo”.
Quedé, pues, junto a Balaguer, y con ello entraba a otros tramos de un camino de calvario, cuando éste, en el mes de marzo del año ´72, me requiriera para desempeñar en su gobierno funciones en algo que él proponía seis años después de haber vuelto al poder, para que le ayudara a llevar a cabo el impresionante Programa de Leyes Agrarias, cuya oriundez la vine a saber muchos años después. Eran las mismas Leyes de la Segunda República Española del tiempo en que él desempeñaba funciones diplomáticas en aquella legendaria nación.
Di mi aprobación a la propuesta, pero me sería imposible narrar los riesgos, responsabilidades y tormentos de aquellos tiempos.
Ahora que se avecina otro marzo, habré de decir cosas sobre el del año ´73, que encierra para mis reminiscencias de un tiempo especial de definiciones existenciales, pero, debo aguardar que llegue Caracoles y la inmolación del glorioso exponente de la dignidad y el patriotismo que fuera Caamaño.
No hay espacio para hacerlo y prometo que en mis reminiscencias siguientes haré menciones puntuales sobre ese marzo.
Esperaré la llegada de su día, que fue el 3, porque días antes del desembarco, por uno de esos acasos de la vida, tuve un incidente con un importante hombre público que había ejercido funciones de gobernante de facto, cuando asistíamos al cumpleaño de un amigo común.
Ocurrió que al llegar junto a mi esposa (qepd), al parecer, su ebriedad estaba en curso y me espetó al saludarme: “Tú debes cuidarte por esas vainas de Reforma Agraria, porque se va a salir un día de éstos de Balaguer.” Mi reacción no se hizo esperar, y por minutos no se arruinó la fiesta.
Al día siguiente, en el programa “Sea Usted el Jurado”, relaté la ocurrencia como un posible e inminente complot. Ello determinó que el Presidente me invitara a visitarle y después de oírme, comentó: “Supe de eso antes, parece una insensatez, pero ya veremos.”
Se trataba del fantasmal plan “Águila Feliz”, que supuestamente consistía en que sería derribado el helicóptero presidencial.
Como pueden advertir, mi existencia ha cargado con un morral enorme de vicisitudes.
Dios me ha dado la gracia de vivir tanto tiempo para poder rememorar aquellas terribles circunstancias. Me consuela poderlas relatar.
Por: Marino Vinicio Castillo R.