Gregorio Luperón y la restauración de la República

La Guerra Restauradora que inició su etapa definitiva el 16 de agosto de 1863, luego de sucesivos intentos de alzamiento, conspiraciones y protestas que se venían dando desde que se proclamó la anexión a España el 18 de marzo de 1861, marcó la definitiva independencia y la verdadera soberanía de la República Dominicana desde su gloriosa proclamación el 27 de febrero de 1844, bajo el influjo del Padre Fundador Juan Pablo Duarte.

Entre los principales líderes restauradores, junto a Gaspar Polanco, Pepillo Salcedo, Pedro Antonio Pimentel, Benito Monción, Santiago Rodríguez, y otros muchos e importantes próceres, se destacó de manera singular el joven soldado puertoplateño Gregorio Luperón, reconocido por nuestra historia patria como la Primera Espada de la Restauración. Luperón había estado entre los primeros que se opusieron resueltamente a la villanía de la anexión proclamada por el general y presidente Pedro Santana. Esa abierta oposición lo llevó a la cárcel, de la que pudo fugarse y salir del país con rumbo a los Estados Unidos. Su regreso clandestino significó un refuerzo para los patriotas que no se resignaban a ver asesinada la república, y conspiraban para encontrar el modo de expulsar a los invasores extranjeros que vejaban al dominicano en su espíritu republicano libre, en su territorio y en su patrimonio personal y nacional.

El 16 de agosto de 1863 encontró al joven Luperón entre los primeros en tomar las armas para iniciar la guerra sin cuartel en que se convirtió aquella epopeya, que se expandió en pocas semanas como un reguero de pólvora por las regiones del Cibao y llegó a todos los confines de la geografía nacional. Las peripecias que tuvo que enfrentar Luperón son conocidas por los innumerables relatos que de ellas hicieron tanto sus compañeros como sus adversarios.

Tras el triunfo de aquella heroica resistencia que se convirtió en Guerra Patria, Luperón emergió como la figura más prominente en el ámbito militar y también con un gran prestigio en el ámbito político y moral, por la manera como se condujo en varios momentos de gran trascendencia en los que fue protagonista. Prueba de ese prestigio lo es la oportuna y visionaria fundación del Partido Azul, donde se agruparon la mayoría de los que defendían el principio de independencia y soberanía nacional de la república, sin protectorados ni tutelajes de ninguna clase, tal y como lo había dejado claro Juan Pablo Duarte desde los primeros días del nacimiento republicano.

La militancia independentista del general Gregorio Luperón no se puede enmarcar exclusivamente en el tiempo y espacio de la Guerra Restauradora, puesto que al mantener en el ámbito político el mismo espíritu que había demostrado en la lucha armada, pudo avizorar y enfrentar oportunamente

los intentos entreguistas que continuaron presentándose tratando de limitar nuestra autonomía e independencia nacional. De manera singular debemos recordar el oportuno y salvador papel de Luperón frente a los nuevos intentos anexionistas dirigidos esta vez por el presidente Buenaventura Báez y apoyados nada menos que por el general Ulysses Grant, presidente de la nación más poderosa del continente americano en aquel momento: los Estados Unidos de América.

El enfrentamiento del general Luperón y un reducido número de buenos dominicanos contra la poderosa marina de los Estados Unidos, es un episodio de nuestras luchas patrias que no ha sido suficientemente divulgado entre las más jóvenes generaciones. Como militar y patriota que he sido desde niño, gracias a los valores que me inculcaron mis padres y al conocimiento que adquirí y sigo adquiriendo en los libros de nuestra Historia, recomiendo a las familias, a los padres, a los maestros, estudiar y divulgar la carta que le envió el prócer Luperón al presidente Grant, con motivo de aquellos acontecimientos. Esta carta publicada oportunamente y conocida en el Congreso de los Estados Unidos, junto al detallado memorial sobre el carácter del pueblo dominicano, escrito para la ocasión por Don Tomás Bobadilla y Briones, contribuyó poderosamente a que el senador Charles Sumner y sus seguidores impidieran que el Congreso americano aprobara la infamia de la anexión que ya estaba prácticamente concretada en los hechos, puesto que se había adelantado al gobierno de Buenaventura Báez una parte del dinero acordado.

Si la Guerra Restauradora consagró a Luperón ante el mundo como un gran militar, los hechos en los que participó después y la manera en que se condujo en cada uno de ellos, demostraron que también era un gran estadista, un hombre dotado con una visión universal de los asuntos en los que se veía envuelta su patria. Por eso fue reconocido, admirado y respetado por grandes hombres de su época como los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, los cubanos Carlos Manuel de Céspedes y Antonio Maceo, su compatriota banilejo Máximo Gómez, y grande intelectuales americanos y europeos como José Martí y Víctor Hugo, entre otros.

El apoyo de Luperón a la lucha por la independencia de Cuba y Puerto Rico, y por eliminar las dictaduras en la República de Haití, fue el núcleo principal de una serie de hechos, planes y proyectos que desembocaron terminando el siglo en la idea de crear una Confederación de las Antillas, para proteger a estas islas de las apetencias imperiales de Europa y Norteamérica, y para poner en orden, gracias a las bondades de la paz, a los pueblos que en ellas habitan.

Por Jorge Radhamés Zorrilla Ozuna.