Cuando el presidente Luis Abinader ascendió al gobierno en 2020, muchos lo tildaban de insípido. Se comentaba, además, que carecía de los conocimientos, la experiencia y las capacidades necesarias para permanecer en el cargo más allá del 2024. Lo cierto es que lo subestimaron.
Llegó al gobierno cometiendo un sinnúmero de errores, claros signos de improvisación. No obstante, esas debilidades las convirtió en fortalezas, disfrazando la ineptitud de quien no analiza una medida antes de anunciarla con la excusa de que es un “presidente que escucha y tiene el oído en el corazón del pueblo”.
Cada vez que su popularidad se veía afectada como consecuencia de malas decisiones en el ejercicio del poder, utilizaba el tema haitiano para autoproclamarse como el “salvador de la patria”, al punto de realizar un documental titulado Presidente en tiempos de crisis. Lamentablemente, no rindió los resultados esperados, pero sí demostró el afán del presidente por ser protagonista.
Esa capacidad de improvisar y recular, junto a otras habilidades que mostró en la campaña pasada —con las que hechizó a dirigentes opositores para que le apoyaran y se unieran al partido de gobierno— se combinan con su talento para solicitar pactos, incumplirlos luego o culpar a otros de sus errores.
Los acontecimientos citados anteriormente demuestran que el presidente llegó al poder siendo una paloma y se ha convertido en todo un gavilán. Por tanto, la Fuerza del Pueblo, principal entidad política de oposición, debe actuar con extrema cautela respecto al tema haitiano. La discusión en el CES probablemente derivará en una propuesta de un nuevo plan de regularización, promovido por el empresariado, y que de manera implícita será respaldado por el gobierno.
Sin embargo, el presidente no se arriesgará a afectar su popularidad con un nuevo plan de regularización. Así que, rápidamente, se desvinculará y anunciará que no se llevará a cabo, dejando envuelta a la oposición.
Por esto, bajo ninguna circunstancia, la Fuerza del Pueblo puede mostrar, aunque sea mínimamente, la intención de estar de acuerdo con un plan de regularización, ya que el furor de la población se levantará contra todo aquel que proponga esta iniciativa. Además, representa un peligro: el linchamiento de la identidad nacional.